
Hoy es la pedida de mano de la hija de Pepa. Tiene que estar todo perfecto, piensa Pepa, mientras Charo Roca coge las tijeras con intenciones asesinas: tiene el abdomen hinchado y es un día de esos en los que aprovecharías el impulso uterino para cortarle la yugular a una vieja beata y menopáusica. Pepa le recrimina a Charo su último corte de pelo y Charo prepara el arsenal. Coloca sobre la mesa tinte, laca, tijeras y peine. Pepa comienza a hablar de Eva, su hija, de su carrera, de asignaturas de las que apenas conoce el nombre y sobre la comida que va a preparar y de lo que han subido los precios. Eva lima entre suspiros sus uñas y Charo la mira con una mirada que rema sobre una balsa de condescendencia y toma consciencia de su gesto criminal. Justo en ese momento lanza el primer trasquilón y el pelo cae como el guante previo al combate. Las facturas, Charo, las facturas. Sobre la mesa auxiliar el cenicero es una fosa común a la que van a parar los malditos hijos de la Phillips Morris, los librillos de papel son impresoras sin tinta que imprimen documentos que tendremos que terminar quemando y la exposición de botes multicolores, a modo de cartel de United Colors of Benetton, presiden la sala de trofeos. Papel de emergencia, documento archivado.
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